En el GP de Mónaco volvieron a ganar los Mercedes. Los tres primeros clasificados en los entrenamientos oficiales (Rosberg, Hamilton, Ricciardo) ocuparon en ese mismo orden los tres lugares del podio, o como se llame el escenario que prepararon al príncipe de Mónaco para la ceremonia. Una vez más, las impresionantes máquinas de la Formula 1, hechas para lanzarse a enfurecida velocidad, se las tuvieron que ver con la ratonera de Montecarlo.
En este contexto, sólo hay tres opciones de progresar en carrera: una salida afortunada, una estrategia de paradas favorable o un error de trazada o problema mecánico de los rivales. ¿Adelantamientos? Olvídalo, no tenemos de eso aquí. Claro, queda la lluvia, pero tampoco de eso hubo ayer. Consiste en ir en fila india durante 78 vueltas pidiéndole a los hados que alguien se equivoque.
Al GP de Mónaco no se le puede negar la espectacularidad de ver los monoplazas en plena ciudad. In situ es un fabuloso show. Pero por televisión todo eso no se vive y, admitámoslo, la Formula 1 como fenómeno global que es seguido por millones de espectadores en todo el mundo, carreras como la de ayer hacen bostezar.
Hagamos recuento de lo que pasó en Montecarlo: Rosberg y Hamilton se marchan desde la salida, Alonso se queda bloqueado, Vettel tiene que abandonar por problemas mecánicos, un par de salidas del safety car, Hamilton dice que le ha entrado algo en el ojo, Ricciardo se lanza a por él y, adivina, no puede adelantarlo. Rosberg recibe la bandera a cuadros sin despeinarse.
Sí, lo sabemos. Mónaco es tradición, es leyenda, es glamour, es parte de la esencia de la F1, pero como espectáculo televisivo deja mucho que desear. Preservemos todo eso, no lo muestren por televisión.
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